En mi adolescencia, cuando mi abuelo Amílcar nos venía a visitar a nuestra casa del barrio porteño de Balvanera −desde Brasil, donde daba clases en la Universidad de Campinas−, yo esperaba ansiosamente el momento de la cena. Era cuando gastaba sus pocas palabras diarias. Decía siempre cosas fascinantes. Nos hablaba de ciencia, de literatura, de arte. Yo me sentía operando torpe y hambrientamente en los márgenes de un enorme banquete de conocimiento y sabiduría. Amaba esas conversaciones.
El tiempo fue pasando y un poco por elección, un poco porque la vida me llevó hasta aquí, hoy me dedico principalmente a la investigación científica y a la comunicación pública de la ciencia. Lo hago porque me fascina, pero además porque siento que así contribuyo de alguna manera al desarrollo de la educación y el pensamiento crítico (o al menos a eso aspiro). Y porque, aunque crecí, sigo amando esas conversaciones.
Muchas veces se habla de pensamiento crítico, pero no se lo suele definir 1Pocas personas han abordado este tema de manera tan amplia y amena como Guadalupe Nogués en su libro Pensar con otros: una guía de supervivencia en tiempos de posverdad. Una bomba de introspección y empatía. Lo recomiendo muchísimo.. A mí me gusta entenderlo como el pensamiento que piensa sobre el pensamiento. Es lo que surge de pensar sobre las ideas intentando refutarlas (es decir, evaluando su validez mediante razones y argumentos). Es saber poner bajo la luz de la evidencia y la razón, para indagar si sobreviven o no a su escrutinio, las ideas que se nos ocurren. Y lo más importante en la frase anterior es lo de “que se nos ocurren”. Porque muchas veces asociamos el pensamiento crítico a saber criticar las ideas de otros. Pero creo que lo más importante es saber criticar tus propias ideas. Porque somos nosotros mismos, cada uno de nosotros, la persona más fácil de engañar.
El autoengaño es una característica constitutiva de la mente humana. Y no importa que una idea que se nos ocurra nos impacte con la fuerza de la brillantez, no importa cuánto nos enamoremos de ella (¿quién no se ha enamorado de alguna idea que se le ocurrió?); si buscamos pensar de forma crítica, nuestro deber es someterla al escrutinio de la razón para poder analizarla.
Aunque tengamos la ilusión de que en general controlamos el surgimiento de las ideas en nuestra mente, lo cierto es que se nos aparecen en el espacio de la consciencia como se nos aparecen los objetos en el espacio visual, sin que lo elijamos ni entendamos bien por qué aparecen; sin que seamos conscientes de los procesos físicos y de los algoritmos computacionales implementados por el cerebro para su percepción. Mientras escribo estas palabras, tengo frente a mí una taza de café. No elijo que aparezca en mi espacio visual consciente, pero aparece. Para estar seguro de que es una taza de café, la miro desde diferentes ángulos. Me muevo y lo compruebo. Todo parece indicar que es, de verdad, una taza de café. De la misma manera, las ideas se nos aparecen en el espacio de nuestra consciencia sin que sepamos bien cómo o por qué y, para estar seguros de que son correctas, deberíamos mirarlas, también, desde diferentes ángulos, desde diferentes perspectivas. En esta analogía, la educación se encarga de darnos las herramientas necesarias para poder escalar las montañas de la evidencia científica y sumergirnos en las profundidades de la lógica, perspectivas desde las cuales podemos mirar nuestras propias ideas y confirmarlas o refutarlas.
Pero adquirir la capacidad de escalar y bucear a través de la educación lleva tiempo y esfuerzo. Lleva décadas, no hay escapatoria. A veces pienso que quienes hacemos comunicación de ciencia nos confundimos y creemos poder construir esas herramientas. Pero la realidad es que no podemos. Es imposible que logremos, a través de nuestros libros, programas de televisión, blogs, videos, podcasts, charlas o tweets, sustituir la educación y a las personas dedicadas a la docencia. Creo que no es nuestra tarea. En cambio, pienso, nuestra labor es la de promocionar el trailer, el avance de la película. Dar un vistazo, una primera muestra de lo hermoso, trascendente y, como intentaré también argumentar a lo largo del libro, moralmente relevante que puede ser observar, comprender y transformar el mundo desde una perspectiva científica y crítica.