Tercer acto
Notas

10min

Tercer acto

¿En qué se diferencia esta ola de COVID respecto a las anteriores? ¿Estamos frente al mayor experimento de vacunas de la Historia?

Primer acto

Un nuevo virus aparece en la otra punta del mundo. Distante, exótico. Una nota de color en el borde de los diarios. Una de esas cosas que pasan lejos, muy lejos. No hay nada de qué preocuparse, hasta que la cucaracha vuela: el virus viaja y empieza a desplegarse en Europa. Europa también es lejos, pero queda un poco más cerca. Se disparan los contagios, luego las muertes. El virus entra en la agenda mundial. Acapara las primeras planas. Salta al hemisferio sur. Entra al país. Con 158 casos registrados, el gobierno argentino declara cuarentena estricta. El término suena inadecuado: quince días no son cuarenta. Por las calles solo hay viento. En cada casa, las pantallas encendidas. Se vuelve a inventar el home office. Artistas dan conciertos gratis por internet. Entra en escena la masa madre. En el primer mundo meten muertos en fosas comunes. Un escalofrío recorre cada living, cada cama, cada guardia de hospital: es la sensación de estar viviendo un momento histórico. Los barbijos parecen ser mala idea, luego se revelarán como aliados. La positividad siempre es alta porque los tests no son suficientes. ¿Las vacunas? Un sueño lejano. La cuarentena se extiende y el término parece inadecuado otra vez: ochenta días tampoco son cuarenta. Empiezan a avistarse animales salvajes merodeando por zonas urbanas, la naturaleza recuperando lo que es suyo. La economía cruje. Los vínculos crujen también: se extraña a los que están lejos, se exaspera a los que conviven. Sobreviene el invierno y la primavera. Con las escuelas cerradas, muere Diego Armando Maradona y su velorio se convierte en un asunto de salud pública. Para el verano, los casos bajan. No es el final, pero se agradece el respiro. Para cuando concluye el primer acto, el género se estabiliza: terror con tintes de comedia. Las redes sociales y los mercados digitales se llevan la torta. Se forman bandos. Aparece un mensajero: pronto habrá vacunas. Apagón. 

Muertes
Casos

Media movil casos (miles)

Media movil muertes

Primer acto

Primer acto: empezó lento, con más incertidumbre que casos confirmados y baja capacidad de testeo. Cuando empezaron a subir los casos, lo hicieron también las muertes.
Fuente: Covid Stats

Segundo acto

Las vacunas, efectivamente, llegaron. Las de afuera y las que se fabricaron acá. Pero son un regalo complejo. Traen disputas, desfilan por los medios, se convierten en santo y seña de una revolución que no existe. La gente se dice AstraZeneca, se dicen Sputnik, se reconocen en los efectos adversos de los otros. Mientras tanto, las escuelas empiezan a abrir. El tiempo revelará que eso fue una buena y una mala idea. Para el otoño, la vida se estabiliza en un punto intermedio entre pandemia y no pandemia. Las fiestas clandestinas se vuelven ligeramente menos clandestinas. Se permite vivir en negación. La naturaleza pierde lo que había recuperado. Antiguas palabras se vuelven nuevas: aforo, antígeno, dispersión por aerosoles. Los barbijos sí, el alcohol en gel también, pero lavar todo al volver del supermercado al final no. No hace falta. Vuelve el fútbol. Vuelven los recitales. En mayo hay récord de casos. Las unidades de terapia intensiva colapsan. Los muertos se cuentan de a cientos por día. Hay cuarententa otra vez. Son nueve días insoportables, pero funcionan: en junio los casos empiezan a bajar. El sistema de vacunación y el de testeo se estabilizan. Se hace evidente que los operativos de emergencia, desplegados el año anterior en grandes predios, planean quedarse allí. Mejoran la cartelería y la organización. En algunos lugares, es posible testearse sin bajar del auto, como en una suerte de AutoMac apocalíptico. Eventualmente, los casos vuelven a un mínimo aceptable. El personal de salud lleva dos años sin vacaciones y sometido a un estrés sin precedentes, pero el mínimo es aceptable. Hay elecciones de medio término. Las vacunas funcionan pero el discurso se polariza. La curva de muertes se aplana. Como mamushkas en rebeldía, cada gobierno —nacional, provinciales y el de la Ciudad— juega a un juego separado: las medidas se relajan y no se relajan al mismo tiempo. Pero la paradoja  parece correr de atrás a una realidad que ya se había relajado de facto. Algunas personas vuelven a saludar con un abrazo. El mate sigue siendo por persona. Se vislumbra una salida, llegan los vientos cálidos… pero hay turbulencias al final del arcoiris. Esta vez no son palabras, son letras de un alfabeto antiguo: alpha, beta, gamma, delta. En algunos lugares faltan vacunas. En otros, brazos. El virus se replica y muta. Lo que parecía un final, entonces, no es un final. Omicron entra a escena reptando por lo bajo. Apagón. 

Muertes
Casos

Media movil casos (miles)

Media movil muertes

Segundo acto

Segundo acto: el pico llega con todavía pocos esquemas completos. Las dosis aplicadas aguantan lo que pueden: la letalidad es menor que en la primera ola.
Fuente: Covid Stats

Tercer acto

Un nuevo récord de casos se registró el 29 de diciembre de 2021. Sorprendió por lo repentino, por haber ocurrido entre las fiestas —no olvidemos que los registros reflejan lo que ocurre algunos días antes, así que el pico no puede adjudicarse a la Navidad— y por lo pronunciado de la curva que se proyectó hacia arriba, de un momento a otro, casi en vertical. La responsabilidad se les atribuye a Delta y Omicron, las dos últimas variantes1Últimas es un modo de decir, Omicron existe desde principios de 2020 pero no había tomado la preeminencia que tiene ahora.. Delta preocupó por su contagiosidad, por haber desplazado de la escena a todas las variantes anteriores. Omicron resultó más amable en cuanto a síntomas, pero mucho más contagiosa aún. La posibilidad de que se generen nuevas mutaciones y nuevas variantes permanece abierta. 

Ante este escenario, hay quienes han dicho que es preciso volver a las restricciones. Que debemos frenar el avance del virus, casi como si estuviéramos en 2020. Y sí, desde un criterio puramente epidemiológico, es cierto. Pero no estamos en 2020. En este año recién estrenado no parece ser posible ni conveniente proponer medidas así. El impacto de una nueva cuarentena, dos años después de haberla sostenido intermitentemente, con distintos niveles de rigurosidad, es imposible de medir. Me refiero al impacto económico en una familia de trabajadores, al impacto en la educación de una persona en edad escolar, al impacto en la salud mental de una persona que vive sola en un monoambiente o el impacto social y político de un sistema que ya no admite más banquinazos. Sin embargo, con un poco de suerte, es posible que medidas de este tipo, en el tercer acto, no vayan a ser necesarias. Porque en el tercer acto tenemos el mejor tipo de vacunas: vacunas aplicadas.

Gráfico de barras horizontales que muestra la proporción de población vacunada en Argentina contra la COVID-19 en enero de 2022 según grupo etario. Cada barra indica el porcentaje de personas con una, dos y tres dosis en distintos rangos de edad, desde 0-2 años hasta mayores de 80 años, con mayor cobertura de tres dosis en los grupos de mayor edad.

En este momento, Sudamérica es el continente más vacunado del mundo. La nueva ola de covid encuentra en Argentina a más del 84% de la población con, al menos, una dosis. Muchas personas tienen, además, la tercera dosis de refuerzo. Y esto se ve. Incluso con este nuevo récord de casos, el sistema de salud no está (tan) colapsado y las muertes no parecen acompañar la curva de contagios. Este desacoplamiento incipiente constituye el preludio de lo que podemos considerar el mayor experimento de vacunas en la historia de la humanidad. Estamos hablando de una población vacunada que asciende a los 38 millones, y un grupo de no vacunados (que llamaremos, a partir de aquí, “grupo control”) de 7 millones de personas. En este hermoso laboratorio natural llamado Argentina, estamos chocando ambos grupos con una ola enorme de un virus altamente contagioso —y un poco letal—, y vamos a ver qué pasa2Estrictamente hablando, esto está ocurriendo en todo el mundo, pero concentrémonos en Argentina para no multiplicar las variables.. Si, en efecto y como todo parece indicar, la curva de muertes entre personas vacunadas permanece aplanada (y no así la curva de muertes que muestre el grupo control), habremos demostrado que las vacunas funcionan con el argumento más contundente que se pueda concebir. Si, por el contrario, las muertes ascienden entre personas vacunadas y no vacunadas por igual, con la misma velocidad que los contagios, tendremos que replantearnos mucho de lo que venimos diciendo y pensando. Y ahí sí, un nuevo mundo nos espera. 

Muertes
Casos

Media movil casos (miles)

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Tercer acto

Tercer acto: los casos se disparan y las muertes por suerte no. ¿Suerte? Más bien exposición previa de la población al virus, menor letalidad de las variantes que circulan y, sobre todo, esquemas completos de vacunación en casi el 70% de la población.
Fuente: Covid Stats

Entre bambalinas

Algunos de los debates de este año ya están en agenda: autotests, pase sanitario y dosis de refuerzo. 

Los autotests son esa suerte de kits que podrían venderse en farmacias para que cada persona pueda testearse a sí misma. La ventaja: la practicidad. Poder chequear si se tiene COVID antes de asistir a algún lugar y hacerlo con la misma facilidad con la que se puede realizar un test de embarazo no es algo menor. Las desventajas: la posibilidad de generar una sensación de seguridad ficticia, con falsos negativos, resultado de muestras mal tomadas o realizadas en los periodos incorrectos. Este argumento es atendible, pero hay que tomarlo con cuidado: un argumento similar se esgrimió para desaconsejar el uso de barbijos en 2020 y el tiempo demostró que eran una medida efectiva, incluso si no se los usaba de la mejor manera. Mucho más relevante es pensar que el acceso a los tests no puede ser exclusivo para las personas que puedan pagarlos, por lo cual el Estado deberá continuar con los testeos o facilitando kits de autotest por vías gratuitas. 

El pase sanitario es, básicamente, el requerimiento de una constancia de vacunación para poder asistir a determinados eventos o ingresar en determinados lugares. El punto más controversial de la medida es que es coercitiva. No obliga a vacunarse, pero ejerce una presión importante para hacerlo a partir de cercenar otras libertades. A favor podemos decir que es una medida que tiende a cuidar a la mayoría de las personas y que tiene el potencial de evitar casos de super-contagio. 

Se hizo viral en los últimos días el video de la señora que, al ver que en un bar piden pase sanitario, le exige a la moza que presente la habilitación municipal, las libretas sanitarias de los empleados y toda documentación que, según ella manifiesta, la ley manda. La disputa queda en tablas: es una especie de pesadilla foucaultiana en la que una ciudadana controla a la otra en nombre de un poder que ninguna de las dos posee. Por supuesto que el video polarizó aún más las opiniones, divididas entre la defensa de la salud pública a toda costa y las acusaciones de stalinismo explícito. Pero digan lo que digan, la salida no es fácil. Incluso si se defiende la normativa, ¿cómo hacerla cumplir? Y si se la considera injusta, ¿se resuelve con otra injusticia? El pase sanitario es un bocado más en esta pandemia que aún no terminamos de digerir. Lo que seguro sabemos es que presionar a una trabajadora —que está poniendo en juego su fuente de ingresos para hacer cumplir una normativa que la excede— difícilmente sea el camino más digno. 

Sobre los refuerzos de vacuna hay más preguntas que respuestas. ¿Cada cuánto tendremos que darnos una nueva dosis? ¿Cabe esperar que el coronavirus entre en un esquema similar al de la gripe, enfermedad también potencialmente letal para la cual ciertas poblaciones deben vacunarse todos los años? ¿Será preciso sostener la misma infraestructura de vacunatorios creada hasta ahora o el asunto pasará al ámbito de las farmacias? La sola mención del tema pone el foco en uno de los aspectos más incómodos de esta pandemia: la posibilidad de que no le espere un final explosivo, un chan chán, una caída de telón, sino más bien un fade out eterno que no termina nunca de acabarse. Justamente, el problema del tercer acto es que tiene una promesa implícita. La promesa de un final. Pero las obras pueden tener cuatro, cinco o más actos... 

Ojalá que no. 

En el filo del año nuevo, las luces se encendieron otra vez y empezó esta nueva parte de la trama. Hay desconcierto porque no se sabe si nos precipitamos a un desenlace y sospechamos cierto grado de improvisación. Hay cansancio entre los actores. Aún así, seguimos en escena. Porque ese es el chiste de esta analogía: no somos parte del público. A lo sumo, nos dividimos entre actores y tramoyistas. Pero las butacas están vacías. Siempre de este lado del telón, somos una obra que se mira a sí misma.